La reina del pop, de pie sobre una pasarela cuyo frente tiene forma de corazón, porta una guitarra acústica y está ataviada con un atuendo vagamente inspirado en Frida Kahlo, adorada por casi 17 mil personas, admite enjugándose las lágrimas, que está pasando por dificultades en su vida, a saber, el reciente desplante de su hijo adolescente Rocco, quien, según la prensa, se rehúsa a volver a vivir con ella. Madonna explica que son las miradas de amor de sus fans aquello que le da fuerza para realizar el concierto, al cual, aparentemente, llegó retardada y tensa.
Los días 6 y 7 de enero Madonna desplegó la Rebel Heart Tour en el Palacio de los Deportes, a diferencia de 1993, 2008 y 2012 cuando se presentó en el Autódromo Hermanos Rodríguez y posteriormente en el Foro Sol. La producción de la antedicha gira es bastante menos ambiciosa comparada con las últimas dos ocasiones, disminuye el número bailarines, se exhiben menos audiovisuales creados ex profeso para la ocasión y el telonero no es de alto perfil, sino Lunice, un DJ canadiense especialista en hip-hop electrónico, poco conocido fuera de ese ámbito.
El recital se compone de cuatro segmentos, en los que la intérprete cambia de atuendo en seis ocasiones. Los actos, coreografías y movimientos de la cantante y su tropa están meticulosamente coreografiados, Madonna es una maestra del timing: sabe en qué momento debe presionar emocionalmente a sus fans, entiende el impacto que sus expresiones y movimientos tiene entre los asistentes al show y se hace rodear de un cuerpo de bailarines diverso y radiante.
El primer núcleo del show arranca con un video con el que Madonna proclama su independencia y unicidad, desciende al escenario acompañada de un montaje japonizante, así como atuendos que para algunos recuerda las series televisivas de inspiración medieval tan en boga hoy día, mientras que su ballet despliega elementos iconográficos tanto cristianos como hebreos, aunque claro, los fans están en éxtasis, en un paroxismo delirante, entonces lo que menos hacen es analizar a esta Madonna que se posiciona como un personaje mítico. El primer acto marca la línea musical del recital: se trata de una combinación que enfatiza los temas de su más reciente disco, así como piezas de los años ochenta. Destaca la canción inicial, Iconic, y la antigua Burning Up, en la que toca la guitarra eléctrica. Durante la performance de Holy Water volvió a relucir esa Madonna que incomoda a las débiles conciencias, al mostrar un número de monjas-pole dancers.
El segundo acto rinde homenaje a los años 50, canta acústica la ochentera True Blue, destaca una extraordinaria versión actualizada de Deeper and Deeper y baila desenfadada, sola y divertida Like A Virgin. El tercer acto, empero, es el más interesante, ya que en él muestra su peculiar visión de lo hispano y lo latino. Es una matadora en Living For Love, bailaora en La Isla Bonita y se presenta un particular medley de canciones ochenteras en un montaje, que según sus propias palabras, fue inspirado por México. Asimismo es el momento del show en el que emite un discurso. La primera noche hizo referencia a sus problemas, se abrió ante la audiencia, fue vulnerable un par de minutos y cantó Ghosttown. En la segunda noche pidió al público unirse en oración ante los sucesos negativos que acaecen en el mundo, México y Estados Unidos, entonando Like A Prayer, lo que desató la euforia general.
Para cerrar, Madonna trajo a colación un estilo cabaret. Durante Music causó la risa generalizada por su irreverencia, toda vez que señalando sus partes íntimas como si fuese un teclado, se escuchaban las notas de La Cucaracha, no faltó una versión aggiornada de Material Girl. Acompañada de su ukulele entonó La vie en rose, la cual conmueve a sus fans, pero hay que admitir, pronuncia atrozmente y la calidad de la entonación varía cada noche. El evento cierra con Unapologetic Bitch y el único encore, Holiday.
Nadie puede dudar del empeño, el esfuerzo y la entrega de Madonna: ninguna súper estrella imprime la cantidad de investigación y producción que ella. En esta gira ha dejado de lado el énfasis en el baile para enfocarse en la voz y en sus sentimientos. Madonna es refrescantemente simpática, es hilarante la manera en la que trollea a sus propios fans durante el show, así como a sus bailarines. Es también relevante el perfil de sus fans: si bien sobresalen los hombres gays, en el Domo de Cobre desfilaron variadas generaciones, lo cual habla de la trascendencia de la estrella en el mundo del pop. Queda por ver si habrá otra gira y si una Madonna de sesenta años puede tener el mismo poder de atracción que en 2016.